Patrones del Rosario Viviente

                                                       
Pauline Marie Jaricot

Paulina nació el 22 de Julio 1799 en la ciudad de Lyon (Francia), hija de Antonio Jaricot y Juana Lattier, ambos profundamente cristianos. Desde muy niña demostró un gran espíritu religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser misionero y (quizás por falta de suficiente información) le pintaban las misiones como algo terrorífico donde los misioneros tenían que viajar por los ríos sobre el cuello de terribles cocodrilos y por las selvas en los hombros de feroces tigres. Esto la emocionaba a ella pero le quitaba todo deseo de irse de misionera. Sin embargo sentía una gran inclinación a ayudar a los misioneros de alguna manera, y pedía a Dios que la iluminara. Y el Señor la iluminaría años más tarde por medio de una simple lectura hecha por una sirvienta.

De pequeñita aprendió que un gran sacrificio que sirve mucho para salvar almas es el vencer las propias inclinaciones a la ira, a la gula y al orgullo y la pereza, y se propuso ofrecer cada día a Nuestro Señor alguno de esos pequeños sacrificios.

Cuando en 1814 el Papa Pío VII quedó libre de la prisión en la que lo tenía Napoleón, el pueblo entero salió en todas partes a aclamarlo triunfalmente en su viaje hacia Roma. Paulina tuvo el gusto de que el Santo Padre al pasar por frente a su casa la bendijera y le pusiera las manos sobre su pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo que nunca olvidó.

De joven se hizo amiga de una muchacha sumamente vanidosa y ésta la convenció de que debía dedicarse a la coquetería. Por varios meses estuvo en fiestas y bailes y llena de adornos, de coloretes y de joyas (pero nada de esto la satisfacía). Su mamá rezaba por su hija para que no se fuera a echar a perder ante tanta mundanidad. Y Dios la escuchó.

Un día en una fiesta social resbaló con sus altas zapatillas por una escalera y sufrió un golpe durísimo. Quedó muda y con grave peligro de enloquecerse. Entonces la mamá le hizo este ofrecimiento a Dios: "Señor: yo ya he vivido bastante. En cambio esta muchachita está empezando a vivir. Si te parece bien, llévame a mí a la eternidad, pero a ella devuélvele la salud y consérvale la vida".

Dios le aceptó esta petición. Su madre se enfermó y murió, pero Paulina recuperó el habla, y la salud física y mental y se sintió llena de vida y de entusiasmo.

Poco después, un día entró a un templo y oyó predicar a un santo sacerdote acerca de lo pasajeros que son los goces de este mundo y de lo engañosas que son las vanidades de la vida. Después del sermón fue a confesarse con el predicador y éste le aconsejó: "Deje las vanidades y lo que la lleva al orgullo y dedíquese a ganarse el cielo con humildad y muchas buenas obras". Desde aquel día ya nunca más Paulina vuelve a emplear lujosos adornos de vanidad, ni a gastar dinero en lo que solamente lleva a aparecer y deslumbrar. Sus vestidos son sumamente modestos, hasta el extremo que las antiguas amigas le critican por ello. Ahora en vez de ir a bailes se va a visitar enfermos pobres en los hospitales. Movida por el Espíritu de Dios, abandonó la pudiente vida de lujo y de frivolidad que había llevado hasta entonces, y comenzó a visitar a los pobres, vistiendo como ellos y buscando medios nuevos para ofrecerles una limosna sin que se sintieran humillados, porque, decía que "son ellos los que nos hacen el honor de aceptar nuestro dinero".

Francia acababa de salir de la Revolución jacobina, y con ideas y movimientos anticatólicos. Para contrarrestar esta ruina espiritual y honorar a Dios contra las persistentes blasfemias e improperios despectivos contra Dios y contra la Iglesia, comenzó un movimiento de jóvenes obreras que debían "reparar los insultos al Sagrado Corazón de Jesús olvidado y despreciado". Estas jóvenes llamadas Reparadoras, rezaban al Sagrado Corazón de Jesús y hacían horas de adoración ante el Santísimo Sacramento en expiación de los pecados de sus compatriotas.

Un día, cuando tenía 23 años de edad, llegó Paulina Jaricot de su trabajo, cansada y con deseos de escuchar alguna narración que le distrajera amenamente. Y se fue a la cocina a pedirle a la sirvienta que le contara algo ameno y agradable. La buena mujer le respondió: "si me ayuda a terminar este trabajito que estoy haciendo, le contaré luego algo que le agradará mucho". La muchacha le ayudó de buena gana, y terminando el oficio la cocinera se quitó el delantal y abriendo una revista de misiones se puso a leerle las aventuras de varios misioneros que en lejanas tierras, en medio de terribles penurias económicas, y con grandes peligros y dificultades, escribían narrando sus hazañas, y pidiendo a los católicos que les ayudaran con sus oraciones, limosnas y sacrificios, para poder continuar con éxito su difícil labor misionera.

En ese momento pasó por la mente de Paulina una idea luminosa: ¿por qué no reunir personas piadosas y obtener que cada cual obsequie dinero y ofrezca algunas oraciones y algún pequeño sacrifico por las misiones y los misioneros, y enviar después todo esto a los que trabajan evangelizando en tierras lejanas? Su hermano Philéas, más tarde sacerdote misionero, alentó esta inquietud, proponiéndole la idea de ayudar a las Misiones de América del Norte, primero, y después también las de Asia, confiadas a los cuidados de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París. Y así, Paulina se propuso empezar a llevar a cabo esa mima semana tan bella idea. Comenzaba a gestarse así la Asociación que luego se llamaría de la "Propagación de la Fe"  que tendría su fundación oficial el día 3 de mayo de 1822.

Paulina se dirigió a sus Reparadoras y a sus compañeras de trabajo invitándoles a dar un céntimo a la semana a favor de las Misiones. Calculando 10 obreras y que cada una de ellas podía invitar, a su vez, a otras 10 amigas a hacer la misma oferta, se llegaba a la colecta de 100 céntimos a la semana. Estas personas, convertidas en socias de la Asociación, se empeñaban, cada una, a encontrar otras diez personas que ofrecieran semanalmente la misma suma. La Asociación pudo así extenderse velozmente, con millares de personas como miembros, y con una colecta que aumentaba proporcionalmente. En los primeros meses de 1820, cuando Paulina se encontraba al frente de la Asociación, las trabajadoras de Lyón alcanzaron la suma de 1.800 francos a la semana: ¡una suma enorme, considerando que su salario mensual era de pocos francos! Lo que es interesante señalar, es el entusiasmo y la prontitud al sacrificio de las jóvenes trabajadoras, que unían al duro trabajo el compromiso de reparación de las ofensas hechas a Dios y la ayuda a las necesidades de los pobres en patria y, sobre todo, en las Misiones Extranjeras. Pero todavía es más importante subrayar que la actividad de penoso trabajo en una fábrica del siglo XIX, con más de 15 horas de trabajo al día, no quitaba a estas jóvenes el deseo de la oración, y no les suprimía la voluntad de hacer el bien a personas más pobres que ellas mismas.

Su hermano, que se acaba de ordenar de sacerdote, propone la idea de Paulina a otros sacerdotes en París y a muchos les agrada y empiezan a fundar coros de Propagación de la Fe. La idea se extendió rapidísimo por toda la nación y las ayudas a los misioneros se aumentaron inmensamente. Casi nadie sabía quién había sido la fundadora de este movimiento, pero lo importante era ayudar a extender nuestra santa religión.

La facilidad y la velocidad con la que la Asociación se extendió entre los católicos franceses maduraron en Paulina la convicción de que se necesitaba alguna cosa parecida, pero todavía más útil y enérgica, para despertar y expandir la fe en Francia y en el mundo. Así, pensó en otra cadena de corazones comprometidos en aportar ayudas espirituales a toda la Iglesia, y tuvo la brillante idea de constituir un "Rosario Viviente", siguiendo un método parecido al de la Asociación para la Propagación de la Fe. Su deseo declarado era el de llevar la oración del Rosario, reservada entonces y sobre todo a las instituciones religiosas, a una práctica general. "Lo importante, y lo más difícil, era hacer que la masa aceptase el Rosario", recordaba en una carta posterior. En otra carta al Maestro General de los Dominicos, Paulina declaraba: "Me pareció que había llegado la hora de realizar el proyecto -perseguido desde hacía tiempo- de una Asociación accesible a todos, que permitiera alcanzar la unión de la oración con un modo único, breve y práctico, sin cansar a nadie y que pudiera facilitar, al menos durante algunos minutos, la meditación cotidiana de los misterios de la vida y de la muerte de Jesús".

Para alcanzar este fin, Paulina lanzó su nueva iniciativa con la creación de grupos, no ya de 10, sino de 15 personas, (una sección de 15 miembros dirigidos por una celadora), que correspondían a los 15 Misterios del Santo Rosario, y así, la sección recitaba cada día el Rosario entero. Estos grupos no sólo recitaban diariamente los 15 Misterios del Rosario, sino que se comprometían también a meditarles y a orar por una persona que tuviera una particular necesidad de conversión: Paulina creía en la fuerza del Rosario para la conversión de los pecadores. Tuvo también el ingenio de incluir en el grupo de las 15, a personas buenas, otras, mediocres y también aquellas que no tenían otra cosa que ofrecer sino su buena voluntad… Estaba convencida y afirmaba que con 15 carbones, cuando uno está bien encendido y tres o cuatro lo están a medias, y los otros nada… reuniéndoles, se consigue enseguida una hoguera.

Una particularidad del "Rosario Viviente", debida siempre al genio y al celo de Paulina, era que cada asociado se comprometía a entregar cada año una suma de cinco francos para comprar y difundir buenos libros. En una década, la práctica del "Rosario Viviente" se había propagado también a otros continentes, y en Francia, en 1834, contaba con cerca de un millón de asociados. Paulina declaraba en una carta del 1 de mayo de 1840: "En breve estaremos en unión de oraciones con todos los pueblos del universo". Ella misma constataba con alegría que la mayor parte de los miembros de la "Asociación para la Propagación de la Fe" eran también miembros del "Rosario Viviente". Justamente, el Secretario del Comité Central de la Asociación, Dominique Maynis, en una carta a Paulina, escribe: "Lo que usted bien quiso añadir sobre este apoyo que el "Rosario Viviente" prestaría a la Propagación de la Fe indicaba suficientemente que la fundación de ésta no había estado del todo ajena al establecimiento de aquélla… cosa que no hemos podido olvidar". Un Breve Pontificio del Papa Gregorio XVI dio aprobación oficial al movimiento del "Rosario Viviente", que había alcanzado ya los dos millones de miembros, y que Paulina animará y guiará durante 15 años.

Paulina se fue a Roma a contarle al Santo Padre Gregorio XVI su idea de la Propagación de la Fe. El Sumo Pontífice aprobó plenamente tan hermosa idea y se propuso recomendarla a toda la Iglesia Universal. En el año 1826 la Obra se extiende en Europa, inicia sus Annales, que reproducen las cartas de los misioneros, y mantiene estrecha relaciones con la Congregación de Propaganda Fide.

Al volver a Francia fue a confesarse con el más famoso confesor de ese tiempo, el Santo Cura de Ars. El santo le dijo proféticamente: "Sus ideas misioneras son muy buenas, pero Dios le va a pedir fuertes sacrificios, para que logren tener más éxito". Esto se le cumplió a la letra, porque en adelante los sufrimientos e incomprensiones que tuvo que sufrir nuestra santa fueron enormes.

Al principio recogía ella misma las limosnas para las misiones, pero varios avivados le robaron descaradamente. Entonces se dio cuenta de que debía dejar esto a sacerdotes y laicos especializados que no se dejaran estafar tan fácilmente.

Paulina, “siempre libre para ir ahí donde las necesidades son más grandes”, siguió con su obra misionera: ella crea las Bibliotecas populares itinerantes en 1826 y la Congregación de las hijas de María en 1831. Queriendo mejorar la condición obrera y permitir una nueva evangelización, ella se compromete algunos años más tarde en un ambicioso proyecto industrial y crea la fábrica Nuestra Señora de los Ángeles.

Después recibió ayudas para fundar obras sociales en favor de los obreros pobres, pero varios negociantes sin escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese dinero. Paulina se dio cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a lo espiritual, y que debía dejar la administración de lo material a manos de expertos que supieran mucho de eso.

En 1862, después de haber perdonado generosamente a todos los que la habían estafado y hecho sufrir, y contenta porque su obra de la Propagación de la Fe estaba ya muy extendida murió santamente y satisfecha de haber podido contribuir eficazmente a favor de las misiones católicas. Entregó su vida al amanecer del 9 de enero de 1862 pronunciando estas palabras "¡María! ¡Oh madre mía! ¡Os pertenezco totalmente!"

Veinte años después, en 1882, el Papa León XIII extendió la Obra de la Propagación de la Fe a todo el mundo. Y como confirmación de su espíritu misionero y del servicio a la Iglesia Universal, el 3 de mayo de 1922, Pío XI, con el Motu Proprio Romanorum Pontificum, declara "Pontificia" la Obra de la Propagación de la Fe (POPF).

Tomado de: Portal Misionero



Santa Filomena


Antes de nacer Filomena, sus padres no tenían hijos, por ello no cesaban de ofrecer sacrificios y oraciones a los dioses falsos para poder tenerlos. Más tarde se convirtieron al Cristianismo y fueron felices de ser lavados en las aguas del Bautismo.

Filomena nació el 10 de enero del año siguiente, y la llamaron "Lumena" o "Luz" porque había nacido en la luz de la Fe, a la cual ya sus padres pertenecían de todo corazón. En el bautismo le pusieron el nombre de Filomena que significa “amiga de aquella luz”, que por la gracia de este sacramento, iluminó su alma.

Cuando Filomena tenía 13 años sus padres viajaron con ella a Roma por  motivo de una injusta declaración de guerra hecha contra su familia y esperaban hacer la paz con el soberbio y poderoso Emperador romano. El emperador accedió a la súplica de paz pidiendo a cambio la mano de Filomena para casarse con ella. Los padres de Filomena aceptaron la condición y después de llegar a su casa trataron de convencerla asegurando así, le decían, su futura felicidad como Emperatriz de Roma. Ella rehusó este gran honor, manifestando que era la esposa de Jesucristo ante lo cual su padre decía que una niña como era ella no podía seguir la voluntad propia. El emperador se enteró de esta negativa y los mandó a buscar para convencer a Filomena.

Estando nuevamente en Roma, los padres de Filomena se pusieron de rodillas ante ella pidiéndole que desistiera por el bien de su patria. El emperador entonces les hizo toda clase de promesas para que la niña aceptase el matrimonio pero fue en vano. Recurrió a amenazas sin resultado. Al fin, en un acceso de locura, inspirado por el demonio, mandó que fuera echada a un calabozo, debajo del palacio imperial.
En aquel lugar le ataron manos y pies con cadenas pesadas, con la esperanza de poder persuadirla a que se casara con este hombre en cuya alma reinaba solamente el espíritu malo. Diariamente la visitaba el mismo Emperador, renovando sus propuestas. Ordenó le quitaran las cadenas para permitirle tomar el pan y agua que eran su único alimento, viendo que ni así podía conseguir nada, recurrió a los tormentos. En todo este tiempo Filomena se abandonó en los brazos de Jesús y de su Madre bendita.

Al fin de 37 días de terribles sufrimientos, a Filomena se le apareció la Reina de los cielos, rodeada de una luz brillante, y llevando a su Hijo en brazos. "Hija mía, dijo, pasarás tres días más aquí, y al cuadragésimo de encarcelamiento, saldrás de éste lugar de penas". Estas dulces palabras la llenaron de un gozo celestial. "Cuando lo dejes, proseguía la Santa Madre de Dios, padecerás suplicios crueles por el amor de mi Hijo". Esta noticia la llenó de miedo y sintió la amarga agonía de la muerte. "Ánimo hija querida, añadió la Virgen, querida sobre todas las demás, porque llevas mi nombre y el de mi Hijo. Te llamas Lumena, o sea luz. Mi Hijo tu Esposo se llama luz, estrella, sol. ¿Y no soy yo también llamada aurora, estrella, luna? Yo seré tu fuerza. La naturaleza humana es muy débil, pero cuando llegue el momento de la prueba, recibirás fortaleza y gracia. Además de tu Ángel de la guarda tendrás a tu lado al Arcángel San Gabriel, cuyo nombre significa "la fuerza del Señor", sobre la tierra fue mi protector y ahora le envío a ti querida hija mía". Estas palabras de consuelo le levantaron el corazón y desapareció la visión, dejando un perfume que se esparció por todo el calabozo.

El Emperador, empeñado en hacerle consentir, recurría al tormento, creyendo que de esta manera podría asustarle e inducirle a renunciar a su voto de castidad. Por mandato fue atada a un pilar, y azotada sin misericordia. El tirano, conociendo que su resolución era firme e irrevocable, aunque su cuerpo no era más que una llaga, mandó que le llevasen a la cárcel a morir. El pensamiento de la muerte y el descanso sobre el pecho de su Esposo consolaban a Filomena, cuando aparecieron dos Ángeles radiantes de hermosura, que derramaron un ungüento celestial sobre sus llagas, y le curaron. A la mañana siguiente lo supo el Emperador, que se llenó de sorpresa. Viéndola más fuerte y más hermosa que nunca, quiso persuadirle que debía este favor a Júpiter, quien la libraba de la muerte para que su frente ciñera la corona imperial.

Inspirada por el Espíritu Santo respondía a sus argumentos falsos y resistía a sus halagos. Enfurecido por no conseguir su propósito, dio órdenes para que le arrojasen al río Tiber con un ancla atado al cuello. Per Jesús, para demostrar su poder y confundir a los dioses falsos, envió de nuevo a dos Ángeles en su socorro; cortaron la cuerda y el ancla cayó al fondo del río. Después le llevaron a la orilla sin que el agua hubiese tocado sus vestidos. Algunos que presenciaron este hecho milagroso se convirtieron; pero Diocleciano, más ciego que faraón, declaró que era una bruja, y ordenó que su cuerpo fuese atravesado por flechas.

Herida de muerte otra vez, fue arrojada en la cárcel, donde en lugar de morir, el Señor le envió un sueño tranquilo, del cual despertó tan hermosa como antes. Más enfurecido por el nuevo milagro, el Emperador, mandó que el tormento fuera repetido hasta que expirase; pero las flechas no salían del arco. Diocleciano atribuyó esto a la magia y esperando que la brujería no pudiese contra el fuego, mandó que las flechas fuesen calentadas en un hornillo. Esta precaución fue en vano. El Esposo Divino le salvó del tormento, volviendo las flechas contra los mismos soldados, de los cuales 6 cayeron muertos. Este último milagro causó otras muchas conversiones, dando la multitud manifiestas señales de rebelión contra Diocleciano y reverencia para la Fe cristiana. Temiendo consecuencias más graves el emperador mandó le cortaran la cabeza. Gloriosa y triunfante subió su alma a los cielos para recibir allí la corona de su virginidad, merecida por tantas victorias.

Esto sucedió el 10 de agosto, un viernes a las 3 de la tarde.

Hallazgo de su cuerpo


El cuerpo de Santa Filomena fue encontrado en las excavaciones de las Catacumbas de Roma el 25 de mayo de 1802, en el reinado del Papa Pío VII.

El Padre Francisco de Lucía alcanzó un gran milagro de esta Santa y consiguió que la Santa Sede envíe el cuerpo de la Santa a Mugnano, su Parroquia en Italia donde está hoy.

Santa Filomena se le aparecía frecuentemente al Santo Juan Bautista María Vianney (Santo Cura de Ars) patrono de los Sacerdotes y éste por su intercesión hacía milagros nunca vistos.

Para alcanzar alguna gracia difícil, es necesario estar en estado de gracia, a través de una confesión individual bien hecha y hacer una novena de comuniones rezando la oración y, si fuera posible, mandar a celebrar 13 Misas en honor a los 13 años que vivió, por la conversión de los pecadores y a favor de las almas del purgatorio.



Santo Juan Vianney

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.

Tomado de Catholic.net


Santa Teresita de Jesús

Teresa Martín nació en Alençon, Francia, el 2 de enero de 1873. Dos días más tarde fue bautizada. en la Iglesia de Nôtre-Dame, recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus padres fueron Luis Martin y Celia Guérin, ambos venerables en la actualidad. Tras la muerte de su madre, el 28 de agosto de 1877, Teresa se trasladó con toda la familia a Lisieux.

A finales de 1879 recibió por vez primera el sacramento de la Penitencia. El día de Pentecostés de 1883, recibió la gracia especial de ser curada de una grave enfermedad por la intercesión de Nuestra Señora de las Victorias (la Virgen de la Sonrisa). Educada por las Benedictinas de Lisieux, recibió la primera comunión el 8 de mayo de 1884, después de una intensa preparación, culminada con una fuerte experiencia de la gracia de la íntima comunión con Cristo. Algunas semanas más tarde, el 14 de junio del mismo año, recibió la Confirmación, con plena conciencia de acoger el don del Espíritu Santo mediante una participación personal en la gracia de Pentecostés.

Su deseo era abrazar la vida contemplativa, al igual que sus hermanas Paulina y María, en el Carmelo de Lisieux, pero su temprana edad se lo impedía. Durante un viaje a Italia, después de haber visitado la Santa Casa de Loreto y los lugares de la Ciudad Eterna, el 20 de noviembre de 1887, en la audiencia concedida por el Papa León XIII a los peregrinos de la diócesis de Lisieux, pidió al Papa con filial audacia autorización para poder entrar en el Carmelo con 15 años.


El 9 de abril de 1888 ingresó en el Carmelo de Lisieux. Tomó el hábito el 10 de enero del año siguiente e hizo su profesión religiosa el 8 de septiembre de 1890, fiesta de la Natividad de la Virgen María.

En el Carmelo comenzó el camino de perfección trazado por la Madre Fundadora, Teresa de Jesús, con auténtico fervor y fidelidad, y cumpliendo los diferentes oficios que le fueron confiados (fue también maestra de novicias). Iluminada por la Palabra de Dios, y probada especialmente por la enfermedad de su queridísimo padre, Luis Martin, que falleció el 29 de julio de 1894, emprendió el camino hacia la santidad, inspirada en la lectura del Evangelio y poniendo el amor al centro de todo.

Teresa nos ha dejado en sus manuscritos autobiográficos no sólo los recuerdos de la infancia y de la adolescencia, sino también el retrato de su alma y la descripción de sus experiencias más íntimas. Descubre y comunica a las novicias confiadas a sus cuidados; el camino de la infancia espiritual; recibe como don especial el encargo do acompañar con la oración y el sacrificio a dos hermanos misioneros (el Padre Roulland, misionero en China y el Padre Belliére). Penetra cada vez más en el misterio de la Iglesia y siente crecer su vocación apostólica y misionera para arrastrar consigo a los demás, movida por el amor de Cristo, su Único Esposo.


El 9 de junio de 1895, en la fiesta de la Santísima Trinidad, se ofreció como victima inmolada al Amor misericordioso de Dios. Por entonces escribe el primer manuscrito autobiográfico, que entregó a la Madre Inés el día de su onomástica, el 21 de enero de 1896.

Algunos meses más tarde, el 3 de abril, durante la noche del jueves al viernes santo, sufrió una hemotisis, primera manifestación de la enfermedad que la llevaría a la muerte, y que ella acogió como una misteriosa visita del Esposo divino. Entró entonces en una prueba de fe que duraría hasta el final de su vida, y de la que ofrece un emotivo testimonio en sus escritos. Durante el mes de septiembre concluye el manuscrito B, que ilustra de manera impresionante el grado de santidad al que había llegado, especialmente por el descubrimiento de su vocación en el corazón de la Iglesia.

Mientras empeora su salud y continúa el tiempo de prueba, en el mes de junio comienza el manuscrito C, dedicado a la Madre María de Gonzaga; entretanto, nuevas gracias la llevan a madurar plenamente en la perfección y descubre nuevas luces para la difusión de su mensaje en la Iglesia, en bien de las almas que seguirán su camino.

El 8 de julio es llevada a la enfermería, donde otras religiosas recogen sus palabras, a la vez que se le tornan más intensos los dolores y las pruebas, que soporta con paciencia hasta su muerte, acaecida en la tarde del 30 de septiembre de 1897, a las 19:20 h. "Yo no muero, entro en la vida"   había escrito a su hermano espiritual misionero, P. Mauricio Belliére. Sus últimas palabras, "Dios mío, te amo", sellan una vida que se extinguió en la tierra a los 24 años, para entrar, según su deseo, en una nueva fase de presencia apostólica en favor de las almas, en la comunión de los Santos, para derramar una "lluvia de rosas" sobre el mundo (lluvia de favores y beneficios, especialmente para amar más a Dios).

Fue canonizada por Pío XI el 17 de mayo de 1925, y el mismo Papa, el 14 de diciembre de 1927, la proclamó Patrona Universal de las Misiones, junto con San Francisco Javier.

Su doctrina y su ejemplo de santidad han sido recibidos con gran entusiasmo por todas las categorías de fieles de este siglo, y también más allá de la Iglesia Católica y del Cristianismo.

Con ocasión del Centenario de su muerte, el Papa Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia por la solidez de su sabiduría espiritual, inspirada en el Evangelio, por la originalidad de sus intuiciones teológicas, en las cuales resplandece su eminente doctrina, y por la acogida en todo el mundo de su mensaje espiritual, difundido a través de la traducción de sus obras en una cincuentena de lenguas diversas. La ceremonia del nombramiento tuvo lugar el 19 de octubre de 1.997, precisamente en el domingo en el que se celebra la Jornada Mundial de las Misiones.

Tomado de: Web Católico de Javier

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