El agua bendita es un sacramental que usa la Iglesia en muchas de sus ceremonias y pone a nuestra disposición como una ayuda para nuestra santificación y protección. El agua es uno de los cuatro elementos primordiales de los Antiguos y a ella está ligada naturalmente la idea de purificación. El agua, además, refresca y da vida. Sin ella ésta no sería posible sobre la Tierra. En el santo bautismo se nos recuerda la doble función del agua, hecha materia de este sacramento: lava el pecado original y da la nueva vida sobrenatural al alma. Por eso se la bendice solemnemente en la Vigilia de Pascua, que recuerda el paso de los hebreos por el Mar Rojo a pie enjuto, librándose de la esclavitud de Egipto y entrando en el camino hacia vida nueva en la tierra prometida.
El agua bendita, la que se usa como sacramental (que trae su origen del agua lustral de la Ley Mosaica, presente asimismo en otros ritos purificatorios de la Antigüedad), también es bendecida, aunque no con la solemnidad del agua destinada a la pila bautismal. Se exorciza primero para quitar de ella todo influjo maligno y se la sala un poco para significar la incorrupción. La sal que para ello se utiliza también es exorcizada y se la bendice. Las oraciones que trae el Rituale Romanum para bendecir el sacramental del agua (Ordo ad faciendam aquam benedictam) son bellas y dignas de ser meditadas.
La Iglesia usa el agua bendita para santificar las cosas creadas. No hay bendición en la que no se asperja con ella la persona, el ser o la cosa objeto de la misma. Con ella acompaña a los difuntos en su último viaje. También es una eficaz arma contra las insidias diabólicas. Cada domingo, antes de la misa mayor, se lleva a cabo la aspersión solemne del agua bendita, que comienza por la hermosa antífona Asperges me (en tiempo pascual Vidi aquam). El celebrante comienza tomándola él para sí y después recorre la nave de la iglesia rociando con el hisopo a los fieles congregados. Es una costumbre que, desgraciadamente, se ha enrarecido en nuestros templos.
También en cada iglesia, santuario u oratorio suele haber una pila de agua bendita a la entrada. El fiel que entra en el sagrado recinto, lo primero que debe hacer es acercarse a tomarla con las yemas de los dedos y signarse. Existe un díptico latino que sirve para acompañar este gesto y es muy significativo:
Haec aqua benedicta
sit nobis salus et vita.
(Que esta agua bendecida
Nos dé salvación y vida)
Es recomendable que en cada hogar haya también una pequeña pila de agua bendita para que nos acostumbremos a tomarla antes de iniciar nuestra jornada, al salir de casa y regresar. El agua se puede obtener pidiéndola en la parroquia o que nos la bendiga algún sacerdote. De preferencia sería aconsejable asistir a su bendición, con los exorcismos y plegarias, lo que constituye una magnífica catequesis. Si vemos que se va agotando el agua bendita que tenemos en casa, basta añadir de a pocos una cantidad que sea menos de la mitad de lo que nos queda del agua bendita original para que todo quede bendecido. Sin embargo, a no ser en caso de necesidad, es mejor pedirla nueva cada vez.
No dejemos la saludable costumbre de emplear el agua bendita en nuestras acciones principales. Es un auxilio muy fácil que la Iglesia pone a nuestra disposición.
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