El Papa Juan XXIII concedió
indulgencia plenaria a quienes ofrezcan cada día a Dios su dolor físico o moral, recitando alguna oración de ofrecimiento y cumpliendo los requisitos que pide
la Iglesia para ganar una indulgencia plenaria.
Señor mío, vengo de la mano de tu
Madre
a presentarme delante de ti como
un niño
que no puede nada por sí mismo,
pero que lo espera todo de su
Padre, que es omnipotente.
Vengo lleno de esperanza a
pedirte que no dejes
de mirarme y que te valgas de mí
como tu
instrumento en favor de las almas
que me has
encomendado y que llevo en mi
costal.
¡Señor, actúa en estas almas, y
si en algo puedo
colaborar, cóbrame a mí, pero
actúa!
Hazlo a través de mí o de quien
Tú quieras, pero
concédeles tu gracia.
Yo te ofrezco lo único que tengo:
mi impotencia,
mi dolor y mi amor, que son la
lanza con la que
abro tu Corazón, de donde salen
todas las gracias.
Quiero en este día unir mi
pequeña cruz a la
Tuya, y convertir mi dolor en
cielo para las almas.
Permíteme acompañarte junto a
todos los que te
ofrecen diariamente su vida para
que se realice la
obra de tu Redención.
Dame tu gracia para hoy cumplir
Tu voluntad
por amor, y si es posible,
también con alegría.
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