Si te has decidido a servir al
Señor, prepárate para la prueba. Conserva recto tu corazón y sé decidido, no te
pongas nervioso cuando vengan las dificultades. Apégate al Señor, no te apartes
de él; si actúas así, arribarás a buen puerto al final de tus días. Acepta todo
lo que te pase y sé paciente cuando te halles botado en el suelo. Porque, así
como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan
por el crisol de la humillación. Confía en él y te cuidará; sigue el camino
recto y espera en él.
Ustedes que temen al Señor,
esperen su misericordia, no se aparten de él, pues podrían caer. Ustedes que
temen al Señor, confíen en él: no perderán su recompensa. Ustedes que temen al
Señor, esperen recibir todo lo que vale la pena: esperen misericordia y alegría
eternas. Recuerden lo que les pasó a sus antepasados: ¿quién confió en el Señor
y se arrepintió de haberlo hecho? ¿Quién perseveró en su temor y fue
abandonado? ¿Quién lo llamó y no fue escuchado?
Pues el Señor es ternura y
misericordia; perdona nuestros pecados y nos salva en los momentos de angustia.
¡Ay de los flojos que dejan caer
sus brazos, ay del pecador que se niega a elegir! ¡Ay de los flojos que no
tienen confianza!; por eso, no serán protegidos. Ay de ustedes que no han
perseverado: ¿qué harán cuando el Señor les pida cuentas?
Los que temen al Señor no
desobedecen sus mandamientos; los que son fieles en amarle siguen sus caminos.
Los que temen al Señor tratan de agradarle; los que lo aman se alimentan de su
Ley.
Los que temen al Señor tienen su
corazón preparado; se humillan ante él y dicen: “¡Pongámonos en las manos del
Señor más bien que en las de los hombres, pues su misericordia no es menos que
su poder!”
Sirácides 2: 1-17
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