Queridos Asociados:
No puedo dejar pasar este
precioso tiempo del mes de Mayo sin recordarles ir a los pies del Inmaculado
Corazón de María, nuestra Madre común, para celebrar sus virtudes, darle
gracias por sus bendiciones y solicitar toda gracia para la Santa madre Iglesia
y para todos los hombres, justos o pecadores. A veces, la flojera y desánimo de
algunos me llega al corazón. Soldados flojos que somos. ¿Dejaremos caer nuestras
armas a los Pies del Rey de Reyes? ¿Se dirá que el infierno ha triunfado sin
que luchemos por defender nuestra Fe? ¿No tiene el Señor derecho de esperar un
retorno por los torrentes de gracias que nos ha dado?
Miro a mi alrededor y veo
que algunos tambalean; otros se entregan a la dulzura del falso sueño de la
muerte. Ustedes queridos Asociados, son los enviados de María. La pequeña parte
del Rosario que llevan a las almas es como la preciosa ánfora (vasija) llevada
por el perro San Bernardo a las almas congeladas para revivirlas. Deben rogar a
estas almas que acepten este remedio que tiene el poder de revivir la sangre
vital de los corazones, de dar vida al abatido y hasta el moribundo. Su buen
ejemplo, su ardiente caridad y esta antorcha de verdad, librará a las pobres
almas de la esclavitud voluntaria, y el óleo de la gracia las conducirá al Inmaculado
Corazón de María. No piensen que porque son seres débiles, desgraciados, sus
oraciones no tienen poder.
Seamos pequeños y humildes
como la hormiga. Pediremos a Dios manifestar Su misericordia impartiéndonos Su
Vida vivificadora. Entonces, mandados por Dios a mover una montaña, no diremos:
“¡ESTO ES IMPOSIBLE!” Creeremos que
no nos manda lo que es imposible y así con Su gracia, comenzaremos.
En obediencia, nos
acercaremos a la montaña que debemos mover. Cada uno tomará diez granos de
arena (una década) y, cada día moverá esta cantidad. Cada día a partir de
entonces, los granos de arena serán movidos. Años pasarán y la nueva montaña
formada quizá no será notada por el viajero; no obstante, en los Ojos de Dios,
habrá algo más grande que una montaña o hasta el Universo. ¿Cuál es esta gran cosa? Es la perseverancia y
la humildad de Sus queridas hormigas que, esperando contra toda esperanza y
creyendo contra todas las apariencias, no han cesado de trabajar, como les fue
mandado, a pesar de su pequeñez y su impotencia, porque Dios se los ha pedido.
Ofreciendo sus granitos de arena (sus Aves diarias) han llevado pobres
pecadores al santuario de los Misterios de Jesucristo.
Queridos Asociados, les será
dado de acuerdo a vuestra fe, vuestro deseo por la conversión de los pecadores
y vuestro celo por ver la luz de la fe penetrar las naciones y toda alma. ¡Sus
más generosos y perseverantes esfuerzos para procurar la gloria de Dios tendrán
su efecto en el tiempo y en la eternidad! Su propia carga se habrá hecho ligera
por su unión.
En los Sagrados Corazones de
Jesús y de María descanso siempre, unida a vosotros, y soy su devota hermana y
sierva:
Pauline Filomena María Jaricot
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