miércoles, 8 de enero de 2014

Mensaje de San Juan Pablo II en el bicentenario de Pauline Marie Jaricot

Fundadora de la Obra de la Propagación de la FE y del Rosario Viviente

CIUDAD DEL VATICANO,  (ZENIT).

Una nueva atención por los pobres y la convicción de que la misión es una tarea de todos los bautizados: estas son las dos lecciones del mensaje y acción que ha dejado Pauline-Marie Jaricot, quien en el siglo pasado lanzó en Lyón la obra de la Propagación de la Fe, corazón de lo que hoy son las Obras Misionales Pontificias.

En un mensaje redactado con motivo de los doscientos años del nacimiento de esta mujer, celebrado en estos días en Lyón y París, Juan Pablo II subraya la actualidad de su testimonio: «Porque se dejó tocar por los pobres y por la miseria de los que no conocen a Dios, Pauline creó una colecta para la actividad misionera de la Iglesia». Así mismo, recuerda el pontífice, se entregó a la evangelización de los ambientes obreros de la región donde vivía,y comenzó proyectos sociales para instaurar la justicia en el mundo del trabajo, y la oración, formando el Rosario Viviente, Los Hijos de María, fomentando así al pueblo tanto en lo económico como espiritual.

«Sus intentos fracasaron en aquel momento -añade-, pero preparó misteriosamente una renovación en el compromiso social de la Iglesia que sería desarrollado en la encíclica de León XIII, "Rerum Novarum"».

La obra de Pauline, que adquiere connotaciones realmente extraordinarias si se tiene en cuenta la condición social de la mujer en aquellos tiempos, se inspiró «en una profunda e intensa vida espiritual, en la que ella encontraba su energía para la misión», explica el pontífice. «Muy pronto -recuerda-, manifestó su deseo de convertirse en una "Eucaristía viviente", de dejarse llenar por la vida de Cristo y de unirse profundamente a su sacrificio».

El Santo Padre invita a las comunidades eclesiales a intensificar la colaboración con las misiones, acogiendo a los jóvenes de las Iglesias de creación reciente (sacerdotes, religiosas, religiosos, seminaristas o laicos) para ofrecerles una formación humana y espiritual o aportando ayuda a las diócesis más pobres. «Todos nosotros estamos llamados a compartir lo que hemos recibido -explica Juan Pablo II-. Como Pauline demostró, la misión es un asunto de todos los bautizados, cada uno puede ser, según sus modestas posibilidades, "la cerilla que enciende el fuego"».

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