Se trata de la bellísima salutación del Ave María, repetida centenares de veces por todos los devotos de la Virgen, sobre todo durante el rezo del Santo Rosario.
Y sabemos que esta
plegaria tiene dos partes:
La primera parte:
Está formada por
las palabras del ángel de la anunciación: “Ave, llena de gracia, el Señor está
contigo” (Lc. 1,28) , a los que se han agregado las que pronunció Santa Isabel
al recibir la visita de su prima María: “Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre” (Lc. 1,42) . La Iglesia ha añadido el nombre de “María”
al principio y el de “Jesús” al final.
¡Es un himno de
sublime alabanza, absolutamente desinteresado, pues no se le pide nada a María!
La segunda parte:
Comenzó a aparecer en la Iglesia en el siglo XIV, pero su uso no se hizo universal hasta que San Pío V, al promulgar el Breviario Romano en 1568, mandó que se rezase:
“Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte. Amén” Una alabanza y una
súplica sentida y humilde.
María: la más
bella música que han podido formar cinco letras (Pemán). Es una palabra
dulcísima, la más tierna y entrañable para un cristiano. María significa:
“Señora”, “Belleza”, “Estrella del mar”, con todo lo que significa “Estrella”:
guía, amparo, refugio, esperanza, consuelo, socorro. María es Estrella. Así como la
Estrella guía al navegante al puerto, así María nos guía al cielo. Así como la
estrella da aliento y esperanza, así María nos da fuerza.
Así como la estrella en medio de la tempestad consuela, así María nos alegra en nuestras luchas.
La Virgen es
nuestra Estrella del mar, que disipa las nubes de los engaños y errores con que
nos seduce el demonio.
Por eso, el nombre
de “María” debemos tenerlo frecuentemente en los labios y en el corazón.
También María
significa “Mar amargo”, por la inmensidad de sus penas en la pasión de Su Hijo,
por la ingratitud de los pecadores, por la tristeza de su condenación.
Llena de gracias: significa abundancia, posesión, permanencia, estado. Llena de gracias en el alma, para obrar de gracia, es decir, de santidad, llena de gracia porque fue habitada por Dios.
El Señor es
contigo: indica la presencia de Dios activa y eficaz para la misión
encomendada. Esta presencia llena de gozo y alegría. Dios está con Ella. Está
invadida de Dios.
Bendita tú entre
las mujeres: por ser la Madre de Dios, escogida y preferida… por ser madre y
virgen, única entre todas las mujeres… por ser concebida sin pecado original…
por ser más santa que todas las mujeres santas del mundo. Por eso, sólo a ella
le han levantado en toso el mundo altares, templos y ermitas.
Y bendito el fruto
de tu vientre: es Jesús ese fruto. Es un fruto hermoso, sabroso, suculento,
suave. Quien lo come quedará saciado. El fruto que nos ofreció Eva fue un fruto
de muerte. María nos ofrece el fruto de la Salvación. La fragancia de este
bendito fruto, viene exhalada en la Eucaristía.
Jesús: palabra que
añadió la Iglesia al final de la 1° parte del Ave María Jesús significa la
salvación de Yahvé.
Santa María, Madre
de Dios: Así comienza la 2° parte. Santa, Santa porque cumplió fidelísimamente
la voluntad de Dios en todo. Ser santos, para eso vinimos a la tierra. Y es
Madre de Dios, no madre de un serafín o de un querubín. Madre del Soberano
Dios.
Ruega por
nosotros: que estamos desterrados en este valle de lágrimas… que somos
pecadores… que estamos tentados.
Pecadores: somos
pecadores, lo contrario que ella. Pecamos con los ojos, por inmodestia; con el
oído, por oír conversaciones vanas: con la lengua, por hablar mal; con el
paladar, por gula en los manjares; con la fantasía, por imaginaciones
peligrosas; con el entendimiento, por pensar mal, con la memoria, por recuerdos
nocivos; con el corazón por malos deseos.
Ahora: en este
día, en esta hora en este momento de luz o de oscuridad, de paz o desasosiego,
de tentación o de calma. Ahora, cuando camino, cuando me subo al autobús,
cuando voy al trabajo, cuando salgo de vacaciones, cuando descanso.
Y en la hora de
nuestra muerte: que no sabemos cómo será, si cuándo será, ni cómo nos
sorprenderá. Es ese momentos el demonio nos traerá el recuerdo de nuestros
pecados pasados, el rigor de la justicia divina y la memoria del desprecio de
tantas gracias. En la hora de nuestra muerte, cuando el dolor de la enfermedad
no nos permita acudir a ti, que tengamos a nuestro lado a un sacerdote que nos
absuelva, que nos administre el Viático y nos dé la Unción de enfermos y nos
recomiende el alma, y así demos el último suspiro pronunciando tu santo nombre
y el de tu Hijo Jesús. Quien reza fervorosamente el avemaría tendrá la gracia
de una santa muerte. No olvidemos al acostarnos las tres Avemarías, prenda
segura de una buena muerte.
¡Amén: así es. Así
lo creo. María, ruega por
nosotros!
Autor: P. Antonio
Rivero LC
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