La mejor penitencia es aquella
que Dios envía. Actos de abnegación que nosotros escogemos libremente son
preciosos a la vista de Dios. Pero, mucho más precioso, son aquellos
sufrimientos que no hemos escogido y que nos llegan sin pedirlos.
El cáliz del
sufrimiento que Cristo bebió fue amargo y sin atractivo. Él le pidió a Su Padre
Celestial que pasara de Él; no obstante, agregó: “…no se haga Mi Voluntad sino
la Tuya.” Aceptar la voluntad de Dios, sin queja, es la contribución más grande
que cualquier cristiano puede hacer para la causa de la paz en el mundo.
Cardenal Griffin - 1951
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