El ascenso a la
montaña de perfección es demasiado escabroso, demasiado empinado para ser
escalado por cualquier criatura. Al pie de esta exorbitante montaña de santidad
estamos nosotros, demasiado débiles para escalar. Lo que se necesita es un
ascensor celestial: El Inmaculado Corazón de María, por el que somos
transportados a la cima del Amor perfecto.
Para poder ser
transportados en el Corazón puro de María, debemos tener una confianza de niño,
de abandono absoluto. El Inmaculado Corazón de María hará el resto. No debemos
sin embargo, permanecer ociosos después de colocarnos en su Corazón, más bien,
esforzarnos para darle gozo mientras ella nos transporta.
¿En qué
consistirán nuestros esfuerzos? Debemos corresponder con todas las gracias y
continuamente decirle a la Inmaculada que la amamos y que dependemos
enteramente de su fuerza para llevarnos a la cima de la perfección.
El medio más
excelente y seguro de ser transformados a Cristo, es atraer hacia nosotros ese
consumidor Fuego de Amor que es Dios mismo. ¡Ningún vaso está más consumido con
este Fuego Divino de Amor que el Corazón de María! Por consiguiente,
descansando en el Corazón Inmaculado de María, un alma, expuesta a esas Llamas
de Amor, será transformada en este Amor del que la Santísima Trinidad es la
fuente eterna.
Así, al amar a
Nuestra Santísima Madre y abandonándonos a su Corazón, tendremos a nuestra
disposición el Amor mismo, y si puedo decirlo, ¡El Amor mismo de Dios!
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