martes, 19 de enero de 2016

Dureza de corazón es el opuesto de Misericordia.



Dureza de corazón es el opuesto de Misericordia. Lo que nos separa de Dios es la pérdida de nuestra humanidad y causa inmenso sufrimiento. El efecto triste del pecado en nuestras vidas es la dureza del corazón. La Misericordia es un movimiento doble de compasion y acción. Una de las mejores maneras de crecer en la compasion a nuestro prójimo es meditar en la Pasión de Cristo. Guardando siempre ante los ojos de nuestra alma las penas y sufrimientos de Jesús.

Todo pecado endurece los corazones, pero unos pecados son particularmente más efectivos en hacerlo: 

Chisme y envidia: estos endurecen el corazón por la manera en que tuercen nuestras respuestas al sufrimiento de otros. También hay otros que influyen en caer en faltas de Misericordia y daño a nosotros mismos:

        La envidia es más destructivo por su naturaleza, porque lleva a una clase de celebración perversa de los infortunios de otros, cuyo bien deseamos para nosotros mismos.

           El chisme inclina a repetir los pecados e infortunios de otros no por una buena razón. 
           La avaricia y la lujuria nos hacen particualrmente ciegos a los sufrimientos de los demás. Nos inclinamos a ver a la gente como posibles clientes y busquemos en ellos solo lo que podamos obtener de ellos, ya sea ganancia material, placer sexual, dinero, poder o prestigio.

Una actitud de sentencia, de juicio a otros, es destructiva de la compasion y causa una gran dureza de corazón. Si tomamos tiempo para juzgar, no tenemos tiempo para amar. Esta actitud abre una brecha entre ellos y nosotros y no podemos conectar. Está completamente consciente de las señales de alarma:

 ¿Nos vemos superiores a los demás? 
 ¿Nos inclinamos a hacer juicios impulsivos con respecto a los demás?

Debemos interpretar siempre las acciones de los pensamientos, palabras y obras de otras personas tan favorable como nos sea possible. Enfoquémonos en nuestras propias flaquezas, defectos de carácter, pecaminosidad y apegos. Los que son misericoridosos obtendrán misericordia.

Cuando nos aferramos a la amargura, resentimientos y odio por los que nos han herido, nuestro corazón rápidamente se hace duro y frío como el hielo. Cuando no perdonamos, podemos pensar que estamos castigando a la otra persona pero en realidad, nos estamos destruyendo a nosotros mismos.

En el Padre Nuestro rezamos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Nos damos cuenta de que si no perdonamos no seremos perdonados. Cuando perdonamos debemos olvidar. Albergar resentimientos contra los que nos han hecho daño, carcome nuestra alma y destruye nuestra compasion y amor por los demás y por Cristo. 

Nuestra falta de voluntad para perdonar a otros es un pecado imperdonable contra el Espíritu Santo. Si necesitamos pedir perdón a alguien, pidámoslo hoy. Vayamos al pie de la Cruz y pidámosle a Cristo impartir a nuestra alma la gracia de perdonar. 

¡Qué seguido Cristo ha perdonado nuestros pecados! 
¿Comprendemos que nuestros pecados son los que lo han crucificado?

Tomado de: Décadas Dedicadas (Revista oficial de la Asociación del Rosario Vivient Universal

Invierno 2015

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