miércoles, 8 de enero de 2014

Los Santos y Pauline M. Jaricot




El Beato Pablo VI:

«Más que otros, Pauline debía afrontar, aceptar y sobrellevar en el amor una serie de polémicas, de fracasos, de humillaciones y de renuncias que concedieron a su obra la marca de la Cruz y su misteriosa fecundidad». Así pues, todas las puertas se cierran ante quien tantas había abierto para otros, y, ante cada nuevo sufrimiento, ella repite: «Dios mío, perdónalos y cólmalos de bendiciones al mismo tiempo que me someten con más dolores».

El Santo Cura de Ars exclamará un día desde el púlpito:

«Hermanos, conozco a una persona que sabe muy bien aceptar las cruces, incluso las cruces más pesadas, y que las lleva con gran amor. ¡Esa persona, hermanos míos, es la señorita Jaricot, de Lyon!».

Después de una tregua de 35 años, la enfermedad de corazón de Paulina se agrava. Tras languidecer durante algunos meses, la sierva de Dios recibe de nuevo la Extremaunción la noche del primer domingo de Adviento de 1861. El 9 de enero siguiente, mucho antes del alba, se la oye murmurar: «Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden... ¡María! ¡María! ¡Sí, sí fiat!», y finalmente: «¡María, Madre mía... soy... toda tuya...!». Son sus últimas palabras. A las cinco de la mañana, con la sonrisa en los labios, Pauline exhala su último suspiro y entra, joven, hermosa y radiante en la verdadera vida, la Vida Eterna.

San Juan XXlll

El 25 de febrero de 1963, San Juan XXIII declaró la heroicidad de sus virtudes, lo que le vale el título de Venerable. Comentó antes: “¿Por qué la hicieron sufrir tanto?"

Seis años antes de su muerte, Pauline había redactado un testamento espiritual donde puede leerse lo siguiente: «¡Mi único tesoro es la Cruz! Al abandonarme en ti, Señor, me adhiero a mi verdadera felicidad, y tomo posesión de mi único bien verdadero. Qué me importa, pues, oh voluntad amada y amable de mi Dios, que me quites los bienes terrenales, la reputación, el honor, la salud o la vida, que me hagas descender mediante la humillación hasta el pozo y el abismo más profundo... Acepto tu cáliz. Reconozco que soy del todo indigna, pero sigo esperando de ti el socorro, la transformación, la unión y la consumación del sacrificio para tu mayor gloria y la salvación de mis hermanos».

San Juan Pablo II

Entre el 17 y el 19 de septiembre de 1999, tuvieron lugar en Lyón y en París diversas celebraciones en honor del bicentenario del nacimiento de Pauline Jaricot. San Juan Juan Pablo II remitió al arzobispo de Lyón, para la ocasión, una carta de elogio a la Venerable: «Por su fe, su confianza y la fuerza de su alma, por su dulzura y serena aceptación de todas las cruces, Pauline manifestó ser una verdadera discípula de Cristo...

Poner de manifiesto esa figura, marcada desde muy temprano por una voluntad inefable de acción, debe estimular el amor por la Eucaristía, la vida de oración y la actividad misionera de toda la Iglesia, cuya propia finalidad es unirse al Salvador, darlo a conocer y atraer hacia Él a todos los hombres...

Estudiando las enseñanzas de Pauline, la Iglesia debe encontrar ánimos para afirmar su fe, que abre al amor de los hermanos, y para seguir su tradición misionera, desde las formas más variadas».




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