domingo, 22 de diciembre de 2013

Esperamos nuestra casa en el Cielo



Por eso no nos desanimamos; al contrario, aunque nuestro exterior está decayendo, el hombre interior se va renovando de día en día en nosotros.  No se pueden equiparar esas ligeras pruebas que pasan aprisa con el valor formidable de la gloria eterna que se nos está preparando. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; porque las cosas visibles duran un momento, pero las invisibles son para siempre.

2 Corintios 4: 16-18
Sabemos que si nuestra casa terrena o, mejor dicho, nuestra tienda de campaña, llega a desmontarse, Dios nos tiene reservado un edificio no levantado por mano de hombres, una casa para siempre en los cielos.  Por eso suspiramos y anhelamos el día en que nos pongan esa morada celestial por encima de la actual, pero ¿quién puede saber si todavía estaremos vestidos con este cuerpo mortal o ya estaremos sin él?

Sí, mientras estamos bajo tiendas de campaña sentimos peso y angustia: no querríamos que se nos quitase este vestido, sino que nos gustaría más que se nos pusiese el otro encima y que la verdadera vida se tragase todo lo que es mortal. Ha sido Dios quien nos ha puesto en esta situación al darnos el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir.

Así, pues, nos sentimos seguros en cualquier circunstancia. Sabemos que vivir en el cuerpo es estar de viaje, lejos del Señor;  es el tiempo de la fe, no de la visión.  Por eso nos viene incluso el deseo de salir de este cuerpo para ir a vivir con el Señor. Pero al final, sea que conservemos esta casa o la perdamos, lo que nos importa es agradar al Señor.  Pues todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada uno lo que ha merecido en la vida presente por sus obras buenas o malas.

2 Corintios5: 1-9



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